Tuesday, February 15, 2011

La impaciencia del coraz�n

Tambi�n conocida como La piedad peligrosa, de Stefan Zweig.

Una de esas novelas a las que hac�a tiempo que quer�a dedicar una entrada pero con la que siempre me encontraba con el problema de no saber muy bien c�mo abordarla, por d�nde empezar a tirar del hilo porque, m�s que de un ovillo, se trata de una red. ;) Quiz�s sea bueno empezar hablando de la total falta de experiencia que tiene el protagonista, el teniente Anton Hofmiller, a la hora de tomar decisiones. Las primeras p�ginas de su historia nos lo dejan muy claro: fue su familia la que decidi� que ingresara en la academia militar y que formara parte del cuerpo de ulanos. Para terminarlo de arreglar, en la peque�a ciudad de provincias a la que ha sido destinado nada se sale de la rutina. Incluso cuando, por una casualidad, tiene la ocasi�n de acudir a una cena en el castillo de los Kekesfalva, todo se conduce seg�n las estrictas normas sociales de la �poca. Un traspi�s sin importancia y su af�n por quedar sinceramente bien con todo el mundo le ir� enredando m�s y m�s en una trampa de la que s�lo sabe escapar a �ltima hora y huyendo, sin dar la cara. El azar tambi�n aportar� su granito de arena para que todo acabe de la peor manera posible.

Para ser sinceros, la trampa no es totalmente suya, nadie se salva. Edith von Kekesfalva, la hija de la casa, es una adolescente paral�tica que se ha visto primero mimada y despu�s sobreprotegida por la familia. Tanto es as� que se ve doblemente agobiada por sus circunstancias: ni sabe c�mo manejar su situaci�n ni los que le rodean le prestan una ayuda realmente v�lida. Como consecuencia, reacciona y lo planifica todo a la desesperada, como un animal enjaulado. Malinterpreta la compasi�n de Hofmiller y cree ver el amor en �l primero y, como no pod�a ser de otra manera, un clavo al que aferrarse despu�s. Su padre, Lajos, har� lo que sea por que todo se haga seg�n su deseo. Hace mucho que Edith se convirti� en lo �nico que de verdad le queda, su historia tampoco es amable, y su hija no duda en aprovecharlo. El �nico que pone un poco de orden en todo esto es el doctor Condor, un hombre capaz de acompa�ar sinceramente a un enfermo por desesperada que sea su situaci�n, de sostener su �nimo y de ofrecer su ayuda por encima de todo prejuicio social pero que, tambi�n �l, ha traspasado unos l�mites, como puede verse en el caso de la historia de su esposa ciega. 

Curiosamente, es Edith la �nica que toma una decisi�n con su suicidio, incapaz de resignarse a seguir siendo tratada casi como un objeto, mientras que Hofmiller se pasar� toda la vida huyendo a causa de este suceso. Ni el tiempo ni los acontecimientos producir�n un cambio real en �l a pesar de los remordimientos, como demuestra un encuentro casual con Condor a�os despu�s: preferir� desaparecer antes de que el doctor se percate de su presencia en vez de enfrentarse a su juicio, como a�os antes temi� enfrentarse al juicio de los dem�s. Como punto final a la historia, contada siempre desde el punto de vista de Hofmiller, nos dejar� tambi�n d�ndole vueltas a todo lo visto, escuchado y presenciado, de las reacciones ante el dolor ajeno, de la rigidez de una �poca pasada no hace tanto y de lo actual de las descripciones psicol�gicas de los personajes una vez, eso s�, que nos veamos libres del torbellino que produce la narraci�n para sopesarla por nosotros mismos.

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